viernes, 22 de noviembre de 2024

Reseña de Pianista acompañante, por Diego L.García

 













Una música deshilachada: acerca de Pianista acompañante, de Eduardo Rezzano

Es admirable cómo en medio de un contexto de crisis inédito, las editoriales independientes siguen publicando poesía en la Argentina. Es más, me animo a decir que refuerzan sus apuestas. Desde la reciente antología titulada Toda poesía es hostil al anarcocapitalismo (Pixel editora, comp. Julián Axat), a las ediciones artesanales de Oficina Perambulante y Volcán de Agua, entre otras, que marcan una posición política ante la industria del libro, el campo literario entiende que la lengua poética puede poner en problemas a los discursos agresivos del dios mercado. Pianista acompañante es otra prueba de ello. Eduardo Rezzano vuelve con su estilo singular para desarrollar, en esta ocasión, un autorretrato en espejos sonoros y a la vez tan visuales como el espectro de colores de aquel viejo cuento de Lugones, “La metamúsica” (“…Y entre la beatitud que me regalaba la grave dulzura de aquella armonía, una especie de aura eléctrica iba helándome de pavor”), que ya casi nadie lee. Así lo retoma esta serie de poemas:

 

“El piano estaba desafinado

y aprendí a reconocer las notas

como si fueran colores”

 

Pero volvamos al inicio del libro, que comienza de esta manera… por el final:

 

“Hoy quiero hablarles

del último día”

 

La paradoja de una realidad es a la vez la paradoja de sus lenguajes. No sólo de su idioma, sino de la posibilidad de narrar una vida y de sostener una historización de las cosas. ¿Cuántas normas necesitamos cumplir para sabernos a este lado de lo espectral? Las estructuras giran hacia el lado opuesto del habitual, chocan con el (no) rigor y con la inverosimilitud. Maltratan las reglas de los discursos para encontrar en esa torsión lo poético. Es una definición y a la vez un punto de escritura para romper el cristal de lo dicho.

 

“Está ambientado 

en la Rusia de los zares 

muy a contramano 

de lo que en verdad 

ocurría por aquel tiempo 

ya sin zares”

 

“De lo que pasó en adelante 

poco podríamos decir 

 

sin alterar la naturaleza de los hechos”

 

Trampas del decir, poco o mucho, se trata de intervenciones que nos emboscan en la misma tela. La imagen es la del grand jeu (picardía, equívoco, inversión, azar: “voy a ser joven e inútil / la vida entera”), donde la gracia (lo singular) está en perderse. En esa misma línea, “alterar la naturaleza de los hechos” me hace pensar en las soluciones patafísicas de Alfred Jarry, un precursor de todas esas maniobras (en algún momento) experimentales. Lo excepcional es un punto de fuga en la línea de tiempo.

 

“En la habitación 

había un piano 

 

y me sentaba 

dándole la espalda 

 

Cerraba los ojos 

y sonaba una música 

deshilachada 

 

que perdía entidad 

cuando intentaba cantarla 

 

o seguirla mentalmente 

a través de sus modulaciones”

 

¿Qué pasa con el ritmo biográfico? Hay una modulación del tiempo más bien propia de un solfeo. Una “música deshilachada”, esquiva a la consciencia automatizada, una música que acompaña la ópera bufa de la vida como práctica siempre inconclusa (un movimiento en clave ensayística, desafiante, violento). Es la elección que hace el poeta para inscribirse en un tiempo y espacio. ¿Y qué es la vida o esa vida-ficción? No vamos a meternos en semejante problema, pero es ahí que la extrañeza de los versos encuentra su justificación. El para qué de la escritura de Rezzano aparece en escena como un doctor Faustroll en sus islas. “Es preciso convertir el mundo entero en música” decía otro jarryano como John Cage.

 

Es este también un libro sobre el regreso:

 

“Cuando quise volver a casa

el camino de regreso

se había vuelto intransitable

 

Aunque me esforzaba

en avanzar

no podía hacer otra cosa

que girar alrededor

de una cama vacía

en una habitación

sin puertas ni ventanas”

 

Desde la segunda parte el mundo se transforma en el inframundo. Es la imagen del visitante. La voz del sujeto se vuelve fantasmagórica y así puede nombrar “lo que el viento calla”. El tiempo habilita todas las direcciones posibles. Si la intensión poética era subvertir “la realidad”, el trasmundo es un plano más de ese proceso. Con ciertos libros uno se termina preguntando dónde estábamos antes de comenzar. Qué ha ocurrido en medio de este viaje que, aunque breve, algo ha sido alterado en el zumbido prolijo de nuestra consciencia.

 

Diego L. García

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