viernes, 28 de mayo de 2010

Cada mañana


Para poder levantarme de la cama necesitaba hacerme una idea de lo que me rodeaba en el mundo: los objetos de mi habitación, las demás habitaciones, el barrio, la ciudad, el monte donde las bestias siguen su propia ley. Levantarme, ponerme en pie, era un ejercicio de voluntad extrema.
Después cambié de ciudad y los alrededores se me volvieron más difusos o apenas penetrables. Tuve que recurrir al caos de mis pensamientos juveniles y rememorar los tiempos del Colegio Nacional, cuando conocí a mis asesinos más implacables, los que hoy custodian mi cuerpo sin vida, a Dios gracias, insepulto.

ER