miércoles, 7 de julio de 2010

Enrique Arau (1950-2010)


Enrique Arau, escultor, ha muerto, pero su obra nos sobrevivirá, de ello podemos estar seguros. Por mucho tiempo vecino de la ciudad de La Plata, eligió pasar sus últimos años en Calmayo —plena sierra cordobesa—, a sabiendas de que serían los últimos. Desde que le diagnosticaron la enfermedad que lo mataría en pocos meses, no hizo más que prorrogar su propio fin a fuerza de practicar el arte de la vida, el arte de darle vida a la materia.
Su pensamiento fue nómade aun cuando el cuerpo se le plantó y los desplazamientos se le hicieron dolorosos y agotadores. Cuando los pesados volúmenes le resultaron antipáticos, optó por formas que parecían suspenderse en el aire, e hizo de lo liviano una poética y una filosofía en movimiento.
A lo largo de su prolífica carrera expuso en los principales museos del país; llevó sus piezas a España, Francia, Suiza, Australia, Italia; fue premiado en la Bienal de Florencia, y, con su trajinar incansable, se hizo dueño de un prestigio que los corrillos locales no llegaron a reconocer debidamente.
Aburrido de batallar en los ámbitos culturales, y siempre lejos de las modas y la alcahuetería, finalmente optó por la soledad de la sierra, lejos de las comodidades vacuas de la vida moderna, el ruido y la hipocresía de las ciudades, que ofrecen mucho y dan poco a cambio de demasiado. Allí proyectó fundar un museo de arte en medio de la naturaleza, pero chocó con la mezquindad y la falta de visión de políticos y capitalistas.
Enrique Arau ha muerto, pero su obra nos sobrevivirá, si es que sobrevive el mundo a la devastación del hombre. Los que lo quisimos y conocimos su riquísima humanidad no podemos conformarnos con ello, pero intentaremos aprender a sobrellevar su ausencia, frágil fotografía del silencio.

ER