Una música deshilachada: acerca de Pianista acompañante, de Eduardo Rezzano
Es
admirable cómo en medio de un contexto de crisis inédito, las
editoriales independientes siguen publicando poesía en la Argentina. Es
más, me animo a decir que refuerzan sus apuestas. Desde la reciente
antología titulada Toda poesía es hostil al anarcocapitalismo (Pixel
editora, comp. Julián Axat), a las ediciones artesanales de Oficina
Perambulante y Volcán de Agua, entre otras, que marcan una posición
política ante la industria del libro, el campo literario entiende que la
lengua poética puede poner en problemas a los discursos agresivos del
dios mercado. Pianista acompañante es otra prueba de ello. Eduardo
Rezzano vuelve con su estilo singular para desarrollar, en esta ocasión,
un autorretrato en espejos sonoros y a la vez tan visuales como el
espectro de colores de aquel viejo cuento de Lugones, “La metamúsica”
(“…Y entre la beatitud que me regalaba la grave dulzura de aquella
armonía, una especie de aura eléctrica iba helándome de pavor”), que ya
casi nadie lee. Así lo retoma esta serie de poemas:
“El piano estaba desafinado
y aprendí a reconocer las notas
como si fueran colores”
Pero volvamos al inicio del libro, que comienza de esta manera… por el final:
“Hoy quiero hablarles
del último día”
La
paradoja de una realidad es a la vez la paradoja de sus lenguajes. No
sólo de su idioma, sino de la posibilidad de narrar una vida y de
sostener una historización de las cosas. ¿Cuántas normas necesitamos
cumplir para sabernos a este lado de lo espectral? Las estructuras giran
hacia el lado opuesto del habitual, chocan con el (no) rigor y con la
inverosimilitud. Maltratan las reglas de los discursos para encontrar en
esa torsión lo poético. Es una definición y a la vez un punto de
escritura para romper el cristal de lo dicho.
“Está ambientado
en la Rusia de los zares
muy a contramano
de lo que en verdad
ocurría por aquel tiempo
ya sin zares”
“De lo que pasó en adelante
poco podríamos decir
sin alterar la naturaleza de los hechos”
Trampas
del decir, poco o mucho, se trata de intervenciones que nos emboscan en
la misma tela. La imagen es la del grand jeu (picardía, equívoco,
inversión, azar: “voy a ser joven e inútil / la vida entera”), donde la
gracia (lo singular) está en perderse. En esa misma línea, “alterar la
naturaleza de los hechos” me hace pensar en las soluciones patafísicas
de Alfred Jarry, un precursor de todas esas maniobras (en algún momento)
experimentales. Lo excepcional es un punto de fuga en la línea de
tiempo.
“En la habitación
había un piano
y me sentaba
dándole la espalda
Cerraba los ojos
y sonaba una música
deshilachada
que perdía entidad
cuando intentaba cantarla
o seguirla mentalmente
a través de sus modulaciones”
¿Qué
pasa con el ritmo biográfico? Hay una modulación del tiempo más bien
propia de un solfeo. Una “música deshilachada”, esquiva a la consciencia
automatizada, una música que acompaña la ópera bufa de la vida como
práctica siempre inconclusa (un movimiento en clave ensayística,
desafiante, violento). Es la elección que hace el poeta para inscribirse
en un tiempo y espacio. ¿Y qué es la vida o esa vida-ficción? No vamos a
meternos en semejante problema, pero es ahí que la extrañeza de los
versos encuentra su justificación. El para qué de la escritura de
Rezzano aparece en escena como un doctor Faustroll en sus islas. “Es
preciso convertir el mundo entero en música” decía otro jarryano como
John Cage.
Es este también un libro sobre el regreso:
“Cuando quise volver a casa
el camino de regreso
se había vuelto intransitable
Aunque me esforzaba
en avanzar
no podía hacer otra cosa
que girar alrededor
de una cama vacía
en una habitación
sin puertas ni ventanas”
Desde
la segunda parte el mundo se transforma en el inframundo. Es la imagen
del visitante. La voz del sujeto se vuelve fantasmagórica y así puede
nombrar “lo que el viento calla”. El tiempo habilita todas las
direcciones posibles. Si la intensión poética era subvertir “la
realidad”, el trasmundo es un plano más de ese proceso. Con ciertos
libros uno se termina preguntando dónde estábamos antes de comenzar. Qué
ha ocurrido en medio de este viaje que, aunque breve, algo ha sido
alterado en el zumbido prolijo de nuestra consciencia.
Diego L. García