viernes, 22 de noviembre de 2024

Reseña de Pianista acompañante, por Gustavo Caso Rosendi

 













Pianista acompañante, de Eduardo Rezzano

La verdad, me hubiera gustado ser el acompañante de este pianista acompañante.

O por lo menos estar adentro de uno de los monos que estaban dentro del camarote que estaba dentro del piano que estaba adentro del camarote del capitán, que a su vez estaba dentro del Peer Gynt (un barco, no sólo una obra de Ibsen). O quizá un personaje principal navegando la realidad de la fantasía menos fantástica y más irreal de la realidad más terrible y secundaria: porque antes de este delirio todo se había acabado y nada había sucedido para que algo pudiera terminar.

El primer poema, el poema inaugural, ese que está solo a manera de epígrafe, parece querer representar un vaticinio de la biografía-epitafio de la primera parte, de los horarios de visita de la segunda, de los muertos de la tercera, y de los peores recuerdos de la cuarta. Actúa como un hilo de Ariadna que no asegura ninguna posibilidad de regreso. No es que el hilo se corte, uno puede retomarlo; pero cuando se llega al lugar donde aparentemente se partió se está en otro sitio muy distinto, empezando todo de cero (si es que el cero no es también una entelequia). Vaya uno a saber.

Los poemas (todos sus poemas de todos sus libros) son simplemente inasibles. Como la poesía, suceden como acontecen los días de nuestro paso por el mundo. Todo es raro, especial, alucinante. Es más: hasta diría que la vida le agradece a Eduardo Rezzano cuando la contempla y la escribe.

 

Gustavo Caso Rosendi


Reseña de Pianista acompañante, por Diego L.García

 













Una música deshilachada: acerca de Pianista acompañante, de Eduardo Rezzano

Es admirable cómo en medio de un contexto de crisis inédito, las editoriales independientes siguen publicando poesía en la Argentina. Es más, me animo a decir que refuerzan sus apuestas. Desde la reciente antología titulada Toda poesía es hostil al anarcocapitalismo (Pixel editora, comp. Julián Axat), a las ediciones artesanales de Oficina Perambulante y Volcán de Agua, entre otras, que marcan una posición política ante la industria del libro, el campo literario entiende que la lengua poética puede poner en problemas a los discursos agresivos del dios mercado. Pianista acompañante es otra prueba de ello. Eduardo Rezzano vuelve con su estilo singular para desarrollar, en esta ocasión, un autorretrato en espejos sonoros y a la vez tan visuales como el espectro de colores de aquel viejo cuento de Lugones, “La metamúsica” (“…Y entre la beatitud que me regalaba la grave dulzura de aquella armonía, una especie de aura eléctrica iba helándome de pavor”), que ya casi nadie lee. Así lo retoma esta serie de poemas:

 

“El piano estaba desafinado

y aprendí a reconocer las notas

como si fueran colores”

 

Pero volvamos al inicio del libro, que comienza de esta manera… por el final:

 

“Hoy quiero hablarles

del último día”

 

La paradoja de una realidad es a la vez la paradoja de sus lenguajes. No sólo de su idioma, sino de la posibilidad de narrar una vida y de sostener una historización de las cosas. ¿Cuántas normas necesitamos cumplir para sabernos a este lado de lo espectral? Las estructuras giran hacia el lado opuesto del habitual, chocan con el (no) rigor y con la inverosimilitud. Maltratan las reglas de los discursos para encontrar en esa torsión lo poético. Es una definición y a la vez un punto de escritura para romper el cristal de lo dicho.

 

“Está ambientado 

en la Rusia de los zares 

muy a contramano 

de lo que en verdad 

ocurría por aquel tiempo 

ya sin zares”

 

“De lo que pasó en adelante 

poco podríamos decir 

 

sin alterar la naturaleza de los hechos”

 

Trampas del decir, poco o mucho, se trata de intervenciones que nos emboscan en la misma tela. La imagen es la del grand jeu (picardía, equívoco, inversión, azar: “voy a ser joven e inútil / la vida entera”), donde la gracia (lo singular) está en perderse. En esa misma línea, “alterar la naturaleza de los hechos” me hace pensar en las soluciones patafísicas de Alfred Jarry, un precursor de todas esas maniobras (en algún momento) experimentales. Lo excepcional es un punto de fuga en la línea de tiempo.

 

“En la habitación 

había un piano 

 

y me sentaba 

dándole la espalda 

 

Cerraba los ojos 

y sonaba una música 

deshilachada 

 

que perdía entidad 

cuando intentaba cantarla 

 

o seguirla mentalmente 

a través de sus modulaciones”

 

¿Qué pasa con el ritmo biográfico? Hay una modulación del tiempo más bien propia de un solfeo. Una “música deshilachada”, esquiva a la consciencia automatizada, una música que acompaña la ópera bufa de la vida como práctica siempre inconclusa (un movimiento en clave ensayística, desafiante, violento). Es la elección que hace el poeta para inscribirse en un tiempo y espacio. ¿Y qué es la vida o esa vida-ficción? No vamos a meternos en semejante problema, pero es ahí que la extrañeza de los versos encuentra su justificación. El para qué de la escritura de Rezzano aparece en escena como un doctor Faustroll en sus islas. “Es preciso convertir el mundo entero en música” decía otro jarryano como John Cage.

 

Es este también un libro sobre el regreso:

 

“Cuando quise volver a casa

el camino de regreso

se había vuelto intransitable

 

Aunque me esforzaba

en avanzar

no podía hacer otra cosa

que girar alrededor

de una cama vacía

en una habitación

sin puertas ni ventanas”

 

Desde la segunda parte el mundo se transforma en el inframundo. Es la imagen del visitante. La voz del sujeto se vuelve fantasmagórica y así puede nombrar “lo que el viento calla”. El tiempo habilita todas las direcciones posibles. Si la intensión poética era subvertir “la realidad”, el trasmundo es un plano más de ese proceso. Con ciertos libros uno se termina preguntando dónde estábamos antes de comenzar. Qué ha ocurrido en medio de este viaje que, aunque breve, algo ha sido alterado en el zumbido prolijo de nuestra consciencia.

 

Diego L. García

Reseña de Pianista acompañante, por Andrés Szychowski

 













En Pianista acompañante, Eduardo Rezzano reconfigura la dimensión espacio tiempo desde el vamos. El primer poema nos advierte que lo que ocurrirá mañana es una grabación, y que el poeta está dispuesto a dar testimonio, haciéndonos partícipes necesarios. A lo largo de sus cuatro capítulos, la ternura convive con lo ominoso y los espacios ínfimos con la vastedad. Un piano vertical, un camarote adentro del piano: lleno de monos. La presencia de lo absurdo no desdice el tenso realismo que nos atrapa e incomoda en cada poema, como si percibiéramos que algo ocurrirá en la nieve y fuéramos la nieve. Por eso le creemos cuando el poeta confiesa: Aprendí el oficio / de enterrador / Después / el de profanador de tumbas. Un libro en donde no hay demoras en reconocer la belleza.

Andrés  Szychowski

jueves, 21 de noviembre de 2024

Algunos poemas de Pianista acompañante (Volcán de Agua, 2024)

 













 

 

Hoy quiero hablarles

del último día


El cielo

se va a llenar de fuego

no vamos a poder

respirar y nos vamos a morir

como las ratas y los árboles


¿Cuándo será esto?


Fue ayer

esta es una grabación

*


Mi madre me leía

siempre el mismo cuento

antes de dormirse


En él

un perro ladraba

en un prado sin ovejas

hasta quedarse mudo

*


Hacemos un alto

para ir al baño

tardamos demasiado

y el micro se va sin nosotros


Como no es la primera

vez que nos pasa

nos encontramos con

nuestras versiones perdidas

de los viajes anteriores


Ellas nos cuentan

que el café no es malo

que la primera noche

es igual a las siguientes

que el tiempo deja de correr

pero todos se acostumbran

DE CUANDO PASÉ MI ÚLTIMA CUARENTENA RODEADO DE GRILLOS


Y me preguntaban una y otra vez

si un tren viaja en dirección a Niza

a 120 km/h y cada pasajero tiene

permitido llevar hasta dos valijas

de hasta 32 kg cada una y cada vagón

tiene una capacidad máxima de 52

pasajeros y el vagón comedor se

encuentra en un punto equidistante

de la locomotora y del furgón de cola

pero ese punto se encuentra fuera

de la recta que une el punto de salida

con el de llegada siempre partiendo de

la hipótesis de que las dos estaciones

terminales se encuentran unidas

por una línea recta y que la única

manera de abordar el tren es a caballo

como lo hacían los bandidos en los westerns

DE CUANDO ALEJARME ERA IMPOSIBLE


Salí a caminar

una mañana

de invierno


estaba nublado

pero no hacía frío

ni parecía

que pudiera llover


Caminé siete horas

sin encontrar los límites

del barrio


hasta caer exhausto

y quedar boca arriba

mirando los cables

de la luz


Volver a casa

no fue tarea difícil


no me había

alejado tanto

como creía


no se trataba de creer