El desierto nos llama como nos llama una puerta que se abre al descifrarse un acertijo, pero, por el contrario, resulta indescifrable e invulnerable. Nos atrae, pero permanece inasequible: a cada paso que damos parece retroceder dos hasta salirse de escala y hacerse infinito.
Para el que se aventure en su aridez, mejor llevar una cámara fotográfica que una cantimplora de palabras. El desierto permite que lo fotografíen porque sabe que no puede ofrecer más que su superficie. Prefiere el canto al parloteo inútil, el desplazamiento de la lagartija al andar agobiado del monje presuntuoso.
El desierto siempre está allí, conjurado y vuelto a conjurar, pero siempre en los bordes de la experiencia humana, en el lugar adonde algunos son desterrados a los golpes y otros pocos eligen adentrarse a tientas, apenas con lo puesto.
ER
Para el que se aventure en su aridez, mejor llevar una cámara fotográfica que una cantimplora de palabras. El desierto permite que lo fotografíen porque sabe que no puede ofrecer más que su superficie. Prefiere el canto al parloteo inútil, el desplazamiento de la lagartija al andar agobiado del monje presuntuoso.
El desierto siempre está allí, conjurado y vuelto a conjurar, pero siempre en los bordes de la experiencia humana, en el lugar adonde algunos son desterrados a los golpes y otros pocos eligen adentrarse a tientas, apenas con lo puesto.
ER
2 comentarios:
excelentes las prosas que venís colgando, Eduardo. Y celebro tu encuentro con Felisberto, tu pariente perdido. Abrazo.
Usted siempre tan atento. Mis encuentros con la obras de Felisberto y de Gabriel Ferrater (un poeta catalán demasiado desconocido por estas pampas), creo que han sido de los más felices en estos últimos cinco años.
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