Leo las manos. Líneas blancas sobre palmas negras, líneas amarillas sobre palmas rojas, manos verdes con olor a pasto recién cortado. Descubro que el nombre de mi madre terminaba en jota y que mi abuela era aragonesa -en la borra del café el futuro está borroso y en el fondo del preservativo encuentro respuestas a preguntas que no me atrevería a formular.
Tiro las cartas tentando a la suerte. Tiro las cartas, las arrojo al fuego tentando al infierno: “conocerás a alguien, te hará la vida imposible, te dará hijos, buena fama y un derrumbamiento digno de aplausos”.
Un lobo, en realidad siete, rodea mi casa. Yo soy el octavo y mi casa está vacía, apenas un decorado. Vuelvo al bosque buscando el rastro tibio de una mujer obsoleta, sin dientes ni ojos, con tres agujeros negros que resuenan en un punto detrás de la cabeza cortada a hachazos. Mi mordida es el antídoto; mi cuerpo, el camino más corto y el que lleva más lejos.
Soy una tortuga, no hablo, mis pasos me conducen al mar. Soy un ave de presa; elijo, entre las tortugas, las más sedientas, las de caparazón moteado. Me miro en el océano y reconozco un cielo surcado por líneas, nunca un fin ni un comienzo, sólo líneas, mujeres, niños, pájaros.
Soy el que cuelga por los pies de la rama más alta y leo las manos, es cierto, pero nada significa nada. Si hay algo que decir, no será dicho. Si hay algo que callar, será un secreto a voces, polifónico, susurrado o lanzado a voz de cuello, pero un secreto al fin, porque no dejará de atravesarnos imperceptiblemente.
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Tiro las cartas tentando a la suerte. Tiro las cartas, las arrojo al fuego tentando al infierno: “conocerás a alguien, te hará la vida imposible, te dará hijos, buena fama y un derrumbamiento digno de aplausos”.
Un lobo, en realidad siete, rodea mi casa. Yo soy el octavo y mi casa está vacía, apenas un decorado. Vuelvo al bosque buscando el rastro tibio de una mujer obsoleta, sin dientes ni ojos, con tres agujeros negros que resuenan en un punto detrás de la cabeza cortada a hachazos. Mi mordida es el antídoto; mi cuerpo, el camino más corto y el que lleva más lejos.
Soy una tortuga, no hablo, mis pasos me conducen al mar. Soy un ave de presa; elijo, entre las tortugas, las más sedientas, las de caparazón moteado. Me miro en el océano y reconozco un cielo surcado por líneas, nunca un fin ni un comienzo, sólo líneas, mujeres, niños, pájaros.
Soy el que cuelga por los pies de la rama más alta y leo las manos, es cierto, pero nada significa nada. Si hay algo que decir, no será dicho. Si hay algo que callar, será un secreto a voces, polifónico, susurrado o lanzado a voz de cuello, pero un secreto al fin, porque no dejará de atravesarnos imperceptiblemente.
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