Volver al paraíso terrenal
“Esta
es una historia verdadera, pero no recuerdo ningún detalle que la pueda
hacer verosímil”. Así termina “Buenos muchachos”, uno de los textos en
prosa de Paraíso,
de Eduardo Rezzano. La historia referida es, de hecho, de las más
verosímiles del libro: un grupo de amigos con nombres propios incluidos
boicotean la presentación de una nueva editorial y son echados por los
mozos. El narrador, partícipe de los hechos, termina con un dedo luxado y
cada vez menos capaz de preparar el repertorio para un concierto. Lo
que ocurre es que esta historia, descabellada pero verosímil para
nosotrxs, rompe totalmente con el verosímil de Paraíso. Paraíso construye el verosímil, en cambio, de una película de terror. O de un cuento de Julio Cortázar.
Dentro
del verosímil de terror podríamos pensar algunos tópicos: gente muerta,
objetos asesinos, animales desarrollando actividades no terroríficas
pero inquietantes. Dentro del tópico de la gente muerta, por ejemplo,
entrarían los siguientes textos: “Animales mitológicos”, en el que no
sabemos a quién le hablan los gritos del fondo porque “en la casa del
fondo no vivía nadie –estaban todos muertos”; el breve poema “El
viento”, “todo el tiempo escucho / palmeras que se agitan / ¿Dónde me
enterraron? / No me acuerdo dónde / me morí hace tanto tiempo”; “Un
sueño”, en el que el narrador sueña la muerte de un amigo y se entera
por un sueño; “Patio”, poema en el que el yo lírico se refiere al patio
del jardín de su casa y dice: “Un día va a tocarme / los pies / tan
enterrado estoy / y del susto se le pondrán / blancas las hojas / helada
la savia”.
Los
otros dos posibles tópicos mencionados, “objetos asesinos” y “animales
desarrollando actividades no terroríficas pero inquietantes” incluyen un
portero fulminante, un espantapájaros al ataque, una cucaracha que
aprende a deletrear nombres y una gata llamada Paula Rostova que cuenta
historias en ruso. Estos bocetados verosímiles se construyen a partir de
una relativa naturalización de los elementos terroríficos, que no
parecen provocar miedo en el yo lírico ni en los otros personajes que
aparecen en el libro, ni parecen ser invocados con el fin de generar
temor tampoco. De algún modo, el potencial de miedo de esas pequeñas
historias parece neutralizado por esa propia naturalización. Vemos una
aparente disociación entre materia
y tratamiento: en ocasiones, tanto los temas propios del terror como
los que podríamos llamar banalmente “temas profundos” (la muerte, el
tiempo, el lenguaje) son tratados con liviandad, o con una solemnidad un
poco corrida de eje. En “Patio”, es el árbol el que se asusta al tocar
el cuerpo enterrado, y en “Gruyère” el paso del tiempo durante un día no
puede medirse porque el día “está agujereado / como un queso gruyère”.
Este ida y vuelta del terror a la cotidianeidad da el tono a Paraíso,
que es un libro oscuro pero ágil a la vez, y por momentos casi risueño.
En el poema “Vecinos”, los vecinos “se han tomado la costumbre / de
saltar el tapial” y cuchichear en el patio del yo lírico, despertándolo
cada mañana. Cuando éste descarta la posibilidad de echarlos a escobazos
y sale a convidarlos con mate, ya no están; “una vez me faltó un malvón
/ otra la regadera de lata / aquella que pretendían mis primos / cuando
murió el abuelo Ismael”. No hay nada fuera de regla con esos vecinos,
aunque en la descripción de su conducta parecen un poco animalescos. Sin
embargo su aparición es decididamente inquietante, tanto para quienes
leemos el poema como para quien lo enuncia. Paraíso, yendo y viniendo, circula en esa inquietud de principio a fin.
Una
vez dicho todo lo anterior, se hace necesario recordar el título del
libro. De contenido significativamente distinto de lo que usualmente
asociaríamos al paraíso, Paraíso
ofrece sin embargo algunas definiciones propias. En “En invierno”
leemos: “Pero seré bueno con los perros, los bichos, los pájaros; los
dejaré cagar adentro y harán de mi hogar un paraíso”. Y leemos también,
pocas páginas después, en la introducción al primer apéndice, Lixo
(en portugués, basura): “La construcción de un paraíso genera basura”.
Rezzano vuelve al paraíso terrenal, en todo sentido: regresa al paraíso
terrenal y a la vez lo convierte en terrenal. Y en esa fórmula, que
podemos pensar paradójica, los términos se cancelan; nada terrenal podrá
ser paraíso, y entonces el paraíso será una casa cagada por animales,
el día un queso gruyère y la muerte un recurso poético
Publicación original: http://bazaramericano.com/resenas.php?cod=860&pdf=si
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