lunes, 5 de noviembre de 2018

Algunos poemas de Paraíso (La Plata, Malisia, 2018)

























Paula

Una gata llamada Paula Rostova nos visita dos veces al día: a la mañana bien temprano y al anochecer; prefiere no encontrarse con los albañiles, piezas clave de una construcción cuyo comienzo no recordamos. El invierno pasado nos entretuvo con historias de la Guerra Fría y ahora empezó a leernos los cuentos de Chéjov, su favorito; no habla castellano, pero su ruso es claro como la nieve que cubre los abetos.
Nunca quiso quedarse a dormir; es más, creemos que no duerme. Un día nos tocará a nosotros cuidarla a ella, como se cuida a un hijo, como se cuida a una madre.

Una carta

Dejaron una carta sin remitente de alguien que me ofrece beneficios; está escrita en una lengua muerta que se hace entender por señas. Adentro me espera el desayuno, pero demoro mi regreso pensando en las plantas que crecen en el pasillo, nacidas en las junturas del piso y las paredes. También ellas me hablan en una lengua muerta, pero antigua y sagrada.

Una habitación

A veces se anexiona una habitación. Está vacía y las cortinas se mueven con el viento, aunque no haya viento. Tiene una ventana que da a un patio que no es el de mi casa, del que sólo entran silencio y luz; pensé en explorarlo, pero nunca me animé a salir por miedo a perderme en un mundo del que fuera imposible regresar.
Pronto la acepté y la transformé en mi sala de lectura, y la extraño cuando desaparece por semanas. Algunos podrán decir que es la habitación de los espectros, pero ella misma es uno, blanco y sin ojos.

In fraganti

Un espantapájaros bandido me sorprendía y me atacaba cada noche. Por fin ayer dejé un muñeco de señuelo en la cama y lo atrapé in fraganti; nunca había visto nada tan impresionante: frotaba las manos hasta sacarse chispas y ponía los ojos rojos como si fuera un diablo o un conejo. Lo primero que le pregunté fue: “¿Qué te hicieron a vos los pájaros?”.

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