A veces, mientras camino, me propongo un juego: volver a los diecisiete, cuando mis planes no guardaban ninguna relación con lo que hoy me toca, y mirar con aquellos ojos cualquier detalle tomado al azar. El desafío es descubrir dónde me encuentro; en qué ciudad o, al menos, en qué país. Una tarde, paseando por un lugar al que no he vuelto, ocurrió que me quedé hechizado por el vuelo de las golondrinas, tratando de descifrar su escritura sobre el cielo gris y encapotado. La lluvia, que me caía abundantemente sobre la cara hasta casi borrármela, no tardó en despertarme con una pregunta o quizás con dos: ¿Quién era el migrante aquella primavera? ¿Cuántos como yo harían falta para traer un verano? Traer a salvo el verano a casa como si se tratara de un avión en emergencia; traer, aunque más no fuera, buenas noticias de otras costas, devoradas por el mar hace seiscientos años o más, quién podría acordarse.
ER
ER