Escribí Notas de campo sin darme cuenta mientras trabajaba concienzudamente en mis últimos libros de poesía. Está compuesto por notas marginales o apuntes tomados al vuelo en las sucesivas libretas que me han acompañado tanto despierto como dormido, cuadernos que viajaban en mi mochila a donde fuera y que velaban por mi descanso desde la mesa de luz.
El campo, el terreno explorado, relevado, cartografiado nunca fue otro que el flujo de mis pensamientos, y el papel del lenguaje en todo esto quizás haya sido el de una tijera que corta y recorta ese flujo delirante y produce figuritas de papel con formas variadas. En algunos casos puede que esas figuritas nos resulten familiares o nos recuerden algo que pudo habernos ocurrido o no, verdades a medias por las que preferimos no poner las manos en el fuego.
Tengo la sensación de que en estas notas resuenan también las voces de mis padres, abuelos y bisabuelos y de los vecinos y comerciantes que habitaban mi barrio y mi infancia, allá por el lejano siglo XX. A ellos los veo pasar una y otra vez por el frente de mi casa, llevando y trayendo bloques de memoria percudidos por el tiempo y el feroz martillo del puro presente, que se empecina en quitarle espesor a los recuerdos más queridos.
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