domingo, 16 de diciembre de 2012

En el jardín


















Una hormiga voladora se me cruzó en el patio y me dijo: “Ayer te golpeé la puerta y no me abriste”. Le ofrecí mi sonrisa menos inteligente y se fue no sé en qué dirección, porque mis ojos todavía nocturnos apenas veían en la claridad de la mañana.
Me senté en el suelo y descubrí que había llovido; la ropa colgada en la soga se había mojado, lo mismo que la moto. Me reduje a la nada durante diez minutos hasta que sonó el teléfono. Era mi jefe, que me preguntaba si sería capaz de llegar una hora antes. “Claro, por supuesto”, le respondí. Corté y me quedé repitiendo un buen rato esas palabras. Me equivocaba al dar por supuestas algunas cosas, pensé, y me acordé de esa idea que no me había dejado dormir: cada vez que mataba una araña le quitaba una vida a Tonka, mi perra, como si una parte de ella transmutara en araña y con sus ocho patas me cerrara el paso lúdicamente, amistosamente. 

ER