Llamaron a la
puerta, abrí y había un perro que me preguntaba qué clase de infortunio le estaba predestinado. Le contesté con medias palabras y aseguré el postigo,
que se golpeaba con el viento. Le conté que más temprano había visto una jauría
luchando contra la nieve; eran cinco o seis y se apretaban entre sí formando un
bloque.
A medianoche
volvieron a llamar. Había un oso lastimado, plumas de ocho palomas y un fuerte
olor a jabalí que presagiaba la llegada de los pumas. Me acosté y encendí la
radio; los oyentes pedían canciones que el tiempo había vuelto irrecuperables.
ER